Con este post inicio una serie de reflexiones sobre la actividad profesional que forman parte de una monografía (Claves para la gestión de despachos y firmas profesionales) que verá la luz próximamente.
EL EJERCICIO DE LA ACTIVIDAD PROFESIONAL
Ser profesional, algo que imprime carácter.
La atracción hacía una profesión
La etimología nos dice que el término profesión proviene del vocablo latino professio,-onis, cuyo significado es acción y efecto de profesar. Por lo tanto, podemos encontrar en su origen remoto una referencia a lo religioso, a una vocación o misión concreta en la vida.
El concepto de profesión ha ido evolucionando en función de cada momento histórico. En sus orígenes, los únicos “profesionales” reconocidos como tales eran sacerdotes, médicos y abogados, para incorporarse más tarde a este “selecto” grupo los marinos y militares en general.
Con el sentido que se utiliza hoy día, la palabra “profesión” surge en la Revolución industrial en el siglo XIX. Por todos es sabido, que uno de los grandes avances de aquel momento de transformación social en Inglaterra y Estados Unidos, fue la llegada de la división del trabajo. Es a partir de ese momento cuando empiezan a conformarse las diversas profesiones tal y como actualmente se conocen, mediante la organización interna de los diversos especialistas que tratan de estructurar su capacitación mediante instituciones que certifican su formación y experiencia, en la que pronto empezaron a jugar un papel relevante las Universidades.
Aunque ciertamente la línea que separa la profesión de la ocupación en un trabajo no está totalmente definida, es posible identificar una serie de notas características presentes en toda actividad profesional, entre las que cabe destacar: el requisito de un conocimiento especializado, la necesidad de formación permanente, el control y la organización propia del trabajo, cierta autorregulación, espíritu de servicio a la Sociedad o la existencia de normas deontológicas y éticas propias.
Cualidades y valores de un buen profesional
En general, todo aquel que desee iniciarse en una profesión ha de aceptar previamente tres cuestiones fundamentales que deberá afrontar:
– Un gran esfuerzo y dedicación para adquirir los conocimientos necesarios para emprender la actividad profesional, así como para mantener un alto grado de formación continua a lo largo de toda su vida laboral.
– Asumir importantes responsabilidades, además de éticas y deontológicas, legales, tanto en su vertiente administrativa, como civil o mercantil, y, en su caso, penal.
– Enfrentarse a los relevantes riesgos económicos y personales que suelen estar ligados a toda actividad profesional.
Además, todo buen profesional, debe contar con una serie de cualidades, capacidades y valores que le permitan actuar dentro de sus funciones, entre las que se encuentran: iniciativa, motivación, tenacidad, capacidad de planificación y organización, disposición para la toma de decisiones, aceptación de la incertidumbre, o integridad y honradez.
Por otra parte, el ejercicio profesional exige disponer de la capacidad para establecer los propios objetivos y los caminos para alcanzarlos, desarrolla la autonomía e independencia, impulsa la creatividad y la innovación, potencia las relaciones personales, etc. En definitiva, representa una adecuada vía para el desarrollo personal, cuestión íntimamente relacionada con la satisfacción en el trabajo.
La “sabiduría” del profesional
El compendio de valores, conocimientos y experiencias que atesora todo buen profesional es lo que se conoce como su “sabiduría”.
Además de las capacidades técnicas, intelectuales y humanas ,a las que nos hemos referido anteriormente, la formación, el aprendizaje continuo y, sobre todo, sus años de ejercicio, son cualidades especialmente consideradas a la hora de ponerse en manos de un profesional.
Nos vamos a referir en este libro en muchas ocasiones a algo que suelo repetir insistentemente a mis colaboradores: “los profesionales lo que vendemos fundamentalmente es confianza”. Si alguien decide contratar los servicios de un médico, un ingeniero, un abogado, un asesor, un auditor o cualquier otro profesional, es porque estos han ganado su confianza. Confianza en su competencia técnica, en su bagaje de experiencias en casos similares, en su ética (independencia, responsabilidad, secreto profesional, etc.) y en su proximidad y disponibilidad.
Dentro de esta “sabiduría” es también imprescindible disponer de la capacidad de generar tranquilidad y seguridad. El profesional, además de “ser”, debe “parecer”, por lo que necesita también de cualidades de comunicación, de explicar a un profano, y que éste lo entienda, el trabajo que va a realizar, de transmitir empatía, de que el posible cliente se sienta confortable con aquel al que tiene que expresar, y en ocasiones “confesar”, un problema que para él en ese momento es muy importante.